Los rostros de Atacama
La mirada social de Atacama Al bajar del avión el primer aviso es que hay ponerse las botas largas de goma. Copiapó está cerca y fuera del aeródromo no se ve aún el desastre, pero se nos dice que Copiapó está muy golpeado y que la situación es peor de la que podemos imaginar. Somos 5. Traemos en el equipaje alimento para auto sustentarnos y agua para los días que estaremos en Diego de Almagro. Una camioneta nos espera. La ciudad luce cubierta de grandes montículos de barro y piedras. Autos chocados camiones desechos. Edificios inutilizados son la imagen inicial de Copiapó. En la nueva sede del IST nuestros compañeros, nos reciben y pasamos a vacunarnos para prevenir lo que viene. Luego de una ruta compleja llegamos a Diego de Almagro. Un rallado en la muralla dice: “Diego de Almagro es en realidad Pueblo Hundido”. Ese era el nombre antiguo de Diego, y el grafiti pone de inmediato la emoción de rabia y pena que atraviesa la ciudad. El pueblo se hunde, en medio de las piedras y el barro. Barrios arrasados, las casas con sus murallas abiertas por un arco que dibujó la corriente imparable. Un camión de bomberos destruido al borde del camino. Tenemos que coordinar y es lo que hacemos. Partimos por colaborar en el diseño y gestión para generar una estructura para los sicólogos que estamos allá y para los que vendrán a sustituirnos. Dejamos un modelo de gestión, validado por los profesionales que operan allí. Pero lo que nos quedará más fuerte en el recuerdo es la gente. La conversación con la abuela que coordina la sala donde los adultos mayores se reúnen. Ella, como los otros, llegó a Diego sin nada, buscando futuro, buscando vida y ahora una vez más sin nada, salvo sus manos, salvo el amor que les hizo construir su familia, cuidar de sus hijos. Allí de pie, aún, se prometieron, junto a nosotros, sostenerse, cuidarse y a mostrarle al resto del albergue de qué estaban hechos y que la sabiduría que llevaban a cuestas podía ser de ayuda para los demás. El rostro de la esposa y madre cuyo marido acababa de ser encontrado muerto y quien no sabía cómo contárselo a su hija. El rostro del doctor que con 25 años tomó el mando del albergue y el cuidado de todas las familias: su alimentación y contención. El rostro del trabajador y sus compañeros, el de los jóvenes médicos de la asociación de médicos egresados de Cuba, quienes pusieron su conocimiento para organizar y cuidar la salud de las familias damnificadas por la catástrofe. Los rostros de los dirigentes vecinales, quienes gestionaban el agua casa por casa, quienes contenían la rabia el miedo y el dolor de sus vecinos y que no sabían a quien contarle lo que les pasaba a ellos, su propio dolor, su desconcierto y angustia por el futuro. Y el rostro de los chicos del albergue limpiando al barro de la cancha de fútbol para organizar campeonatos. De los mismos abuelos organizado talleres de artesanía. De los mismos dirigentes vecinales conversando sobre sus sueños en nuestro taller, para salir mirando el día siguiente como una posibilidad para pararse en sus pies con una nueva herramienta. Al regresar, la sensación fuerte en el corazón y en el estómago que nos dice que aún hay mucho que hacer en el servicio de reconstrucción de la comunidad, y el poder de una pequeña y simple palabra dicha al oído que te dice “me quisiste, me cuidaste sin pedirme nada”. Marco Bugueño Consultor Gerencia de Cuidado y Desarrollo Instituto...
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