La naturaleza del cuidado
Antes caminábamos por donde vivían algunos depredadores para recoger las mejores frutas que crecían en árboles cercanos, hoy cruzamos corriendo la calle entre el tráfico para ahorrar tiempo, es decir, seguimos arriesgándonos para ganar algo.
Desde antes de los inicios de la civilización los seres humanos han estado expuestos a riesgos, si en un comienzo éstos eran los propios de la naturaleza, tales como animales salvajes, volcanes, inundaciones, etc., hoy en día estamos expuestos además a los riesgos del trabajo, los que están en permanente evolución y cambio, tanto porque a lo largo del tiempo algunas actividades se dejan de realizar surgiendo otras nuevas, como por el desarrollo tecnológico, que muestra otras formas de hacer el mismo trabajo. En el presente existen trabajadores expuestos a diferentes riesgos, por ejemplo: ruido ocupacional, caída de altura, movimientos repetitivos de extremidades superiores, radiaciones, entre muchos otros.
Un aspecto interesante de notar, es que desde el punto de vista de la biología, los seres humanos que cazaban animales y recolectaban alimentos para el sustento, no han cambiado en forma significativa. Nuestro cerebro sigue siendo el mismo órgano que nos permite tomar decisiones y a veces arriesgar para ganar algo. Si antes decidíamos caminar cerca de donde vivían algunos depredadores, para recoger las mejores frutas que crecían en árboles cercanos, hoy cruzamos corriendo la calle entre el tráfico o introducimos la mano en un equipo en movimiento para desatascarlo, es decir, seguimos arriesgándonos para ganar algo.
Una explicación y un camino respecto de esta situación nos ofrece el modelo del autocuidado, una idea que nos plantea que las personas tomamos decisiones respecto de nuestros actos, anticipando si las consecuencias serán favorables o desfavorables e influidos por nuestras experiencias, creencias y valores. Consiguientemente, para evitar accidentes, según este modelo, debemos influir en las decisiones de las personas modificando sus creencias, valores y actitudes.
Esta forma de entender a las personas en relación con los riesgos, se ha usado en el área de la prevención de forma exitosa por muchos años, especialmente en instancias de capacitación, que buscan un cambio en la manera de pensar de cada individuo, para que “se cuide más”, mediante cursos que señalan la forma segura de hacer las cosas y entregan buenas razones para hacerlo, tales como la salud y bienestar, el proyecto de vida, la familia, entre otras.
Pero, al igual que cuando alumbramos con una linterna en la oscuridad, sólo vemos lo que estamos iluminando y lo demás queda a oscuras, el autocuidado nos muestra claramente que las personas podemos evitar accidentes tomando buenas decisiones, enfatizando el aspecto individual de ello, pero nos oculta o hace que pase inadvertida una situación clave: que los seres humanos somos seres sociales.
Las personas nos formamos y desarrollamos en la interacción con otros, por lo tanto, cuando decidimos si algo es peligroso o no, lo decidimos en conjunto con los demás. El ámbito de decisión individual al que alude el autocuidado es sólo una parte de la ecuación.
De lo anterior también se puede concluir que no basta decirle a la gente que esto o aquello es peligroso, ya que esa percepción se construye socialmente, la construimos entre todos, de esta forma se revela la necesidad de acercarse, vincularse y relacionarse para construir en conjunto, o bien, promover que las personas se vinculen para que puedan ponerse de acuerdo.
Así, sostenemos que cuando los miembros de una organización comparten el sentido respecto de diversos aspectos, tales como: porqué ocurren los accidentes o cómo cuidarse, pueden comportarse de manera coherente con los valores que ellos mismos establecen. En contraposición, el imponer o promover unidireccionalmente (decirle a la gente lo que tiene que hacer) si bien tiene efectos favorables frente al cuidado de las personas, tiene sus límites. Es mucho más útil, efectivo, y lo más importante, duradero, promover la construcción de un sentido compartido por los miembros de una organización, acerca de lo que cada grupo social considere importante y de lo que hay que hacer para enfrentar los peligros que ven (y también los que otros les muestran).
Un ejemplo de lo necesario y útil que resulta la construcción de un sentido compartido lo constituye la visión que un grupo tiene respecto del cuidado. En IST sostenemos que el cuidado exitoso ocurre al interior de una organización cuando las personas además de cuidarse y cuidar a otros, también permiten que las cuiden. Esta tríada sólo aparece cuando es construida en la relación entre las personas, entre los trabajadores, entre los ejecutivos, los supervisores, los miembros de Comités Paritarios, los profesionales de Prevención, en fin, entre todos.
Promovemos espacios para conversar acerca del cuidado en comunidad, compartiendo visiones y experiencias, considerando el ámbito individual del cuidado y destacando su componente social, después de todo, nuestro cerebro también está diseñado para ello.
Comentarios recientes