Aprendiendo de los caballos

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Aprendiendo de los caballos

Aprender de los caballos…. ¿aprender de los caballos?!! Me pregunté con algo de sorpresa cuando nos llegó la invitación para tener una jornada de trabajo en equipo… con caballos. Sonaba interesante y
desafiante! Partimos tempranito, todos los que conformamos este equipo de la Gerencia de Desarrollo Humano del IST, de personas que trabajamos con personas. La perspectiva de ir a trabajar al campo, con caballos, a hacer algo distinto, nos llenaba de alegría.

El sol de invierno que asomaba de los cerros de Chacabuco nos daba la bienvenida a este día de trabajo distinto. El frescor de la mañana, el ‘olorcito’ a campo, los espinos amaneciendo entre la bruma, nuestra algarabía al llegar y nuestras ganas de estar allí, todo hacía que presagiara “hoy puede ser un gran día”.

“Los caballos y nosotros somos mamíferos, ambos necesitamos a la manada… sin embargo, la gran diferencia es que ellos son herbívoros y nosotros depredadores…”. Esas palabras del instructor calaron hondo en mí. – ¿Qué significado profundo tendrá esto que él dice? – pensé sin sospechar que esas palabras que no terminaba de entender aún serían la simiente de mi aprendizaje ese día.

Y nos fuimos al potrero, allá al territorio de los caballos. Y creyendo que podía atrapar a uno de ellos (dada mi experiencia de haber montado caballos, por trabajo o por paseo, en algunas épocas de mi vida) me dispuse a ofrecerme para el primer desafío! Entré al ruedo, bien cancherita yo, a atrapar a mi presa. ¡Así lo estaba viendo!. Él la presa, yo el depredador. Desde allí nada fue posible. Yo me acercaba sigilosamente para ponerle un lazo al cuello y él se iba veloz, bello, brioso, vital. Como diciéndome ¡así no lo vas a conseguir!. Ahora comenzaban a cuajarse en mí las palabras iniciales del instructor. ¿Qué clase de depredador estoy siendo? No es el que se come a la presa, ese no, sin embargo siento mis ansias de dominio, mis ganas de ganarle, mi supremacía intelectual, mi expectativa de ser reconocida por mis compañeros como “la que pudo atraparlo”, mi frustración por no poder lograrlo. Mi completa humanidad, con sus luces y sobre todo con sus sombras, puesta de manifiesto allí en el potrero!!

Uff! Parece que esto no se hace así… o más bien parece que hay un lugar distinto en donde quisiera pararme (de parada frente al mundo) para poder intentarlo. Entonces algo comenzó a pasarme. Tal vez el hecho de pensar en ese lugar distinto me abrió un portal para entrar a ese “estar nuevo”. El mismo potrero, distinta “parada”. ¿Quién es esa parte de mi que estaba ahora allí? No es la que quiere ganar y llevarse los aplausos de los compañeros. No, esa no es. Es una que, de sopetón, comprendió mas allá de su entendimiento, que no tiene para qué dominar, que ni siquiera se trata de dividirse en dominador y dominado, que tampoco se trata de atraparlo sino de que me regale el privilegio de su mansedumbre y su confianza. Quiero ser confiable para él! Se me paran los pelos… lo que me surge es respetarlo aquí, en su potrero!.. Lo que me acontece es acompasar su ritmo en silencio…lo que comienza a sucederme es presentarme ante él, mostrándole mi alma sin dobleces y él, como sabiendo que tocó mi ser, responde mirándome con sus ojos de uva, dándome permiso para acercármele. Qué honor la delicadeza de este encuentro mamífero, cuando me deja tocarlo!!. Sin miedo él, sin miedo yo, confiando en la sabiduría natural del lugar, de los cerros, de los espinos, de la brisa, del potrero, de él, de mi.

Cuando preparaba este artículo, intentando que lo aquí escrito también pudiera representar la experiencia de mi equipo, indagué con algunos de mis compañeros acerca de qué había sido para ellos. Han pasado algunos meses y no volvimos a conversar de ese día juntos en Chacabuco, sin embargo, al poner el tema, veo como sus ojos viajan hacia allá, sus caras se llenan de añoranza y felicidad y sus cuerpos se ablandan como si no hubiera posibilidad distinta a un abrazo. Me hablaron de sus aprendizajes: conexión, con la naturaleza, con los sabios caballos, con los compañeros, con algo que es esencial; la silenciosa complicidad del equipo trabajando en conjunto, “la manada”; la profundidad de lo simple; estar y confiar en que así como está, está bien; sentirnos parte de un todo natural indiferenciado; y sobre todo: amar y celebrar la vida!.

Es harto todo esto! Y de alguna manera siento que esta experiencia, en mi equipo la llevamos puesta día a día en lo que cotidianamente hacemos, humildemente intentando aportar para que, cada trabajador de nuestro país, en su propia manada sea capaz de conectar, confiar, amar y celebrar.

Ivonne Stade
Consultora Gerencia de Desarrollo Humano
Instituto de Seguridad del Trabajo